Una carta.
No se oye ningún sonido. Si fuera más fuerte, quizás podríamos oír su respiración, pero es tan lenta y baja que se vuelve imperceptible. No hay ni pista de la cantidad de palabras que inundan la pequeña habitación, flotando sobre su cabeza, siendo corregidas de errores ortográficos, desviándose a nuevas ramas de pensamiento y siendo descartadas con prisa porque hay una tarea que cumplir.
Por la ventana entra un suave soplo de viento. En su camino a acariciarle las mejillas y decirle que se lo tome con calma, hace tintinear los cascabeles de un adorno que cuelga en la pared. Pero ella no habla viento y juegan al teléfono descompuesto sin jugar.
"¿Recuerdas...?", anota mentalmente. Ella sí que recuerda. Se acuerda de él y de ellos. Recuerda esa caminata, una pared llena de graffitis, una llamada imprevista. Pero borra todo rápidamente; quizás él no lo recuerde.
"Quería decirte...", y la frase no avanza. Muerde el lápiz y sobre su cabeza se alinean las posibles continuaciones. Unas las tacha por melosas, otras por frías, otras por ser tan horriblemente falsas. Suspira y las palabras se alejan, y como nubes, caen lentamente hasta tocar el suelo. Se chocan con otras palabras que aguardan a que les toque su turno de tratar de formar la siguiente frase.
Cierra los ojos e intenta llegar hasta su propio fondo. No sabe si es negro, blanco o de algún color siquiera, pero imagina que baja y baja y que en lo más profundo se esconden los términos que busca. Baja peldaño a peldaño una escalera que no sabe dónde está apoyada. Pierde la noción del tiempo y el espacio y todo queda en un silencio extraño, como si de fondo un tono se mantuviese, bajito, bajito, sonando sin parar.
"Te extraño."
Suelta el lápiz abriendo los ojos. Éste rueda y en su camino las palabras del cuarto se borran como si él las devorara. Su mirada queda perdida en algún punto entre el lápiz y la mesa. Aparta la vista y en el blanco de su mente se repiten cuatro sílabas que le hacen fruncir una ceja.
Se levanta de la silla en un solo movimiento, cierra la ventana y apaga la luz. Las sábanas la reciben de brazos abiertos y ella lo agradece. Quizás mañana ya no tenga tantas ganas de escribir una carta que no sabe ni cómo empezar.
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